Hay voces que
enamoran, melodías que penetran, líricas que sentencian, historias que se viven,
personajes que sorprenden… y la canción.
La canción es
el rincón donde el alma se esconde por minutos para vivir una ilusión descrita
por otro. Es la salvación del apenado o el trampolín del desenfrenado. Pero sin
lugar a dudas, la canción es un “momentum”.
Y por años
hemos coleccionado una lista de cantantes, escritores y arreglistas que se han
ocupado en llenar los rincones de nuestra memorabilia personal. Y hay quienes
se convierten en sus canciones para darle más énfasis a las historias y hay canciones
que se desprenden de sus autores para ser parte de la cotidianidad de una
generación o un continente.
Sin embargo,
hay fenómenos que ocurren tan de a poquito y tan calladamente que se parecen
más a las raíces de un árbol: mientras más profundas e imperceptibles son, más
frondoso es el árbol, más firme su tronco y más frutos dará… como la canción.
Marta Gómez es
ese fenómeno. Su madre la descubre en la cuna arrullándose para dormir o para
entretenerse (dicen que los ángeles hacen cosas que los mortales no podemos
entender), crece entre coros y voces, guiada por una maestra que sabía muy bien
lo que hacía: impregnaba el germen de Marta de sonidos latinoamericanos. Ese
fue el equipaje que esta caleña llevó consigo a los 16 años cuando se trasladó
a Boston para despegar el vuelo.
Marta es una
canción. Ella amamanta a Alejandro mientras responde a una entrevista previa a
la prueba de sonido de uno de sus conciertos en la reciente gira a Holanda.
Marta sonríe y responde con humor tan sutil pero tan auténtico a las preguntas
que el anfitrión de sala le hace frente a un público ansioso que no habla su
idioma pero que se ha enamorado de Marta, porque ella sabe decir con sus
melodías aquello que los idiomas nos limitan.
Marta es una
canción. Ella nos cuenta lo que ve, nos canta lo que vive y nos compromete a
creerle y respetarla y preguntarnos ¿cómo es que yo no hago más y me quedo tan
inerte frente a todo lo que pasa?
Y es que
Marta calla y piensa. Porque ella cree, hasta ahora, que va colectando
historias de otros para regarlas por el mundo en sus canciones. Pero es que
Marta es la canción. Ella no es una mera observadora. Ella es la que hace
posible que la flor salude al sol desde su jardín; gracias a ella, García Lorca
baila un carnavalito en Bolivia; comete la osadía de darnos una receta para
acercarnos a la pasión; le da la mano a Basilio para sacarlo de esa mina; ella
se esconde de la luna porque no sabe qué responder en las ausencias; por Marta,
los peces, las aguas, los silencios, las aventuras, los arrullos, las
vendedoras de café, los atardeceres, la muerte y las despedidas… todo un
planeta por ella. Ella es la canción.
Marta se
alimenta de muchas voces, de muchas calles y plazas, de mucha gente que gracias
a Marta puede sentir que se sobrevive, ella los rescata. No es la canción
social de la opresión política, es la canción social en respuesta a nuestra
propia opresión. Un desbalance que tiene el mismo nombre de siempre: la
pobreza.
Y Marta
canta, compone, sueña, se conmueve, ama, vive… en tiempo presente y en un continuo
gerundio.
Marta Gómez:
la canción.
Desde Cali, Colombia,
Marta comenzó a soñar. Tomó sus paletas en Berklee College of Music en Boston,
Estados Unidos y ahora dibuja desde Barcelona, España.
En su página
oficial www.martagomez.com podrá encontrar esa parte que yo no conté: su discografía, su
biografía, sus premios, con quiénes ha grabado, sus proyectos, su trabajo en
Israel y Suráfrica, su método de canto, sus videos…
Yo me ocupé, esta vez, de
rendir homenaje al maravilloso universo que descubrí en la mujer que me ofreció
una entrevista mientras amamantaba a su bebé el día 12 de febrero de 2012,
minutos antes del concierto que daría en el Korzo Theater de Den Haag. Y
corroboré lo que ya sospechaba de ella.
Acá estaré,
Marta, esperando el disco de canciones de cuna que dedicaste a Alejandro.
Gracias Alejandro, su hijo, y a Julio, su esposo, por permitirme este espacio
de intimidad.
Con mucho
amor, para Marta Gómez. La mujer que me rescató.
Escrito por: Bea Rondón